Juan Antonio Massone
Se desplaza la tormenta
Aún es temprano para quedarse a sentir
los ríos de la noche en el recodo del silencio;
todavía demora amanecer
en quien alberga multitudes solitarias.
Como escalofrío moroso se desplaza la tormenta.
Hablo, digo, me dirijo a mí con tal de estar presente.
Se precipita el mundo; pero estoy a medio andar
entre la verdeada fuga y la madera ocre
en la otoñal desembocadura de estos días.
Algo escucho y veo cuando palpo el aire
y gusto el aroma a la deriva que dejan las cosas
como si adujeran azules ventajas al despedirse.
Las aves confirman melodías y una razón de ser.
¿Y el mundo? Sólo a veces contenta escuchar
alguna de sus frágiles preferencias.
(Inédito)
En la ciudad
Pensativo estuve ayer, más bien
desganado. (Que no se arrepienta
la estrella en el hombro de esta pena).
Agonizan las calles en esto
que ni entiendo ni amo en otro tal vez
o nueva pregunta. En Santiago,
nadie merece siquiera la tristeza
de no ser el sol y no tienen paz
ni acogida los cuerpos cuando abrazan.
Presurosos hombres en busca de mujeres
presurosas, recordando a tantos muertos
y teniendo muertos tantos recuerdos.
En la ciudad, que yo espere imaginándote
o llegues tú a una esquina y la embellezcas,
poco agrega al ánimo de muertos.
Horas de tantas horas para servir
quién sabe a quién; horas de baratijas
al por mayor y vida en trámite;
horas que se lo pasan en un soplo
de olvidos y sonrisas de cartón,
y hace tanto calor que tengo frío.
Estoy harto de vivir a punta
de calmantes y letreros y bocinas
y alarmas y noticias urbi et orbi,
y todo eso para saber que esta ciudad
no aprenderá a querernos ni así un poco.
Tan resuelta nos olvida y acalla
que debo recordarte mi amor
en las murallas. Invasor camina
el tiempo por un mapa de calles
que todo lo celebra, pero no a nosotros.
Horas de Santiago, de tener ganas
únicamente de ti. A mi lado;
podría yo estar a tu lado.
Escribe Tú la página
La página está en blanco, por ahora,
y ya no puedes desoír cómo se destripa la historia.
El tercer verso quisiera untarse en el alba
de ese tercer día cuando murió la muerte.
Pero las jornadas con sus noches sobre Gaza
dejan miradas fijas, manos sin regreso.
La página queda salpicada de alaridos, desde ahora,
y si calláremos, hasta las piedras gritarían.
Atolondran cuervos encima de clamores;
y el “no matarás” se queda exánime y amargo.
Podrá disponerse otra vez una página en blanco,
menos la mirada inerte y el regreso mudo de las manos.
¿Qué puedo decirte, Yahvé, que tú no sepas?
¿Quién confesará tu nombre, Alá de la misericordia?
Padre, escribe Tú la página en un blanco sin muerte.
Estaba por morir
Estaba por morir; velaba entero;
entonces una mano le bendijo;
alcanzas el Amor sin plazo fijo:
salvo vas por la sangre del Cordero.
El momento fugaz es heredero
y el rápido vivir, un acertijo;
el frío polvo oficia de prefijo
en manos del olvido panteonero.
Volátil, recogido, diligente
enhebras luces, sordos ecos;
te sume el instante diferente.
Un día los vocablos serán huecos;
habrá tarde en boca ya cumplida,
con fuerte Dios y alma bienvenida.
De vivir
Mejor es concebir cuanto se sueña
que labrar sin destino la jornada,
por siempre los anhelos de la nada
injustos son y toscos como breña.
En remolque de brazo la cureña
tropieza con la piedra mal hallada,
pues solemos ser luna fracasada
e ilusión que yace como leña.
Si nunca al universo malherido
satisface espíritu indigente,
alíviate de gracia refulgente.
Entonces no habrá día concluido,
ni rosa deshojada ni vertiente
de líquido veneno ni de olvido.